Durante todos los desayunos, comidas y cenas desde que estuvo a punto de cumplir los dieciséis, su madre la atormenta con la necesidad de que encuentre un buen chico aquí en pueblo, y de que sea pronto, antes que lo malee cualquier pelandusca y no conserve para ella el trato de única mujer y hogareña princesa.
A ella, en cambio, le caen mejor los chicos de ciudad: no se cruzan contigo a diario, todos ellos pecho hinchado, risa boba y suficiencia. Ni se creen con derecho a volver cuando quieran después de la primera vez.
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