martes, 26 de noviembre de 2013

Aprendizaje.

La revolución industrial transcurrió en nueve páginas y dos clases de cuarenta y cinco minutos que yo empleé en memorizar cada milímetro de la nuca de Aurora.
Su desarrollo consistió en unos apuntes fotocopiados y luego traducidos en esquema, con abundancia de nombres propios y fechas, y un barco pirata que dibujé al margen.
Los acontecimientos fueron digeridos junto a dos cafeteras y media de café en una noche en vela, y volcados temblorosamente sobre un folio plagado de preguntas maliciosas.
El proceso concluyó tras unas horas de sueño a medio hacer y una cena de clase donde los datos fueron borrados por un par de litros de sangría de tetra brick y el rechazo de Aurora.
Superada la materia, pasamos a la siguiente mientras nos íbamos convirtiendo, casi sin darnos cuenta, en la que algún día sería la generación más preparada de España.
Tocaban las revoluciones de 1848. Cuatro páginas. Cuarenta y cinco minutos de explicación antes del recreo. Aurora se había cambiado de sitio.

2 comentarios:

  1. Me encanta, es de lo mejor que he leído últimamente. Me siento identificado (yo soy el miserable profesor que intenta sin conseguirlo que esto no ocurra...)

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  2. Gracias. Te deseo suerte en el empeño. Pero mucho me temo que el problema es el sistema que obliga a una velocidad esquemática. Lo cual, en ciertas materias, resulta mortal.

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