miércoles, 10 de abril de 2013

El alma de Juan Carlos I.


El alma de Juan Carlos I es negra como la de todos los reyes, pero tiene la misma tendencia hacia la intromisión y la metafísica que las del resto de mortales. 
Hasta hace relativamente poco no ha tenido queja de su propietario, que ha hecho lo que le ha dado la real gana, ha vivido a tope y muy deprisa, y apenas le ha dejado tiempo para internarse en esos tormentosos y neblinosos abismos del ser y el espíritu en los que ha visto desmoronarse a otras almas.
Pero desde hace unos meses se ha visto atenazada por una contradicción que no llega a resolver, uno de esos interrogantes capaces de arrastrar al alma más ligera al fondo del abismo.
Todo empezó cuando su propietario fue a cazar elefantes junto con su amante alemana. Hasta ahí todo normal. Pero resultó que el viaje llegó a oídos de sus súbditos, entre quienes cundió la falta de lealtad institucional y la indignación, hasta el punto de que su propietario se vio obligado a pedir perdón ante las cámaras de todos los medios del país.
A partir de ese momento todo fue a peor. En menos de lo que se tarda en decir República, cundió la sensación de que su propietario lo era también de una doble vida plagada de oscuras relaciones, juergas desmesuradas y cifras apabullantes difíciles de casar con su cargo y posición.
El alma del rey es un alma mítica y antigua, de esas que los dioses reservan en exclusiva a inquilinos corpóreos de sangre azul; no alcanza a entender por qué, en este fragmento temporal, la estúpida plebe puede llegar a sentirse molesta porque su dueño tenga una vida real y otra inventada, sea un marido infiel, dispare contra elefantes, amase dineros sin explicación y sin límite, o se rodee de compañías que viven al filo de la legalidad o bien la inventan.
Es lo que siempre han hecho los reyes.
Los reyes y sus almas negras.

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